El apego tiene una importancia crucial en el desarrollo de la personalidad de las personas.
Cuando hablamos de apego, nos referimos a la necesidad innata de establecer vínculos significativos con los otros desde el nacimiento, es un lazo afectivo entre la madre o cuidador y el bebe, que nos va a permitir un adecuado desarrollo emocional con atención a nuestras necesidades y con el que podremos adquirir la capacidad de expresar las distintas emociones, regularlas y reconocerlas también en los demás, para llegar a sentir empatía en la interacción con los otros.
Las experiencias con las personas que nos cuidan y nos atienden desde bebes, y que son nuestras figuras de apego, nos van a proporcionar la seguridad necesaria en esas relaciones interpersonales que mantenemos con ellas.
Nos uniremos a estas figuras de una manera determinada, constituyendo los diferentes estilos de apego, que serán el resultado de como esas figuras interactúan con el niño, si existe o no cercanía, si satisfacen necesidades, protección y seguridad.
En función de cómo sea este estilo de apego a lo largo del desarrollo, este va a influir en cómo nos relacionamos con los demás, y por lo tanto también en la formación de nuestra personalidad adulta y en los casos en los que no exista esa seguridad, en la posibilidad de tener posibles problemas psicológicos y de relación en el futuro, sobre todo en las más íntimas, como pueden ser las relaciones de pareja.
Apego seguro:
El apego seguro, se caracteriza por la experimentación del reconocimiento de las necesidades de afecto y de disponibilidad del cuidador que poco a poco va permitiendo la autonomía y el poder desenvolverse por sí mismo.
El niño con apego seguro, aunque puede presentar malestar por la separación, es capaz de consolarse de forma autónoma y puede regular ese malestar. Es capaz de mantener la cercanía en el reencuentro y busca otras estimulaciones y aprendizajes expresando afecto.
Si este tipo de relación se mantiene a lo largo del desarrollo del niño, de adultos, con toda probabilidad, serán personas que se comuniquen de forma adecuada, puedan expresar sus necesidades y pedir ayuda, y mantener relaciones afectivas sanas con los otros, percibiéndose a sí mismos y a los demás de forma positiva.
Apego inseguro:
Por otro lado, el apego inseguro, puede ser evitativo o ansioso-ambivalente:
El evitativo, se caracteriza porque las necesidades emocionales no son atendidas, el adulto se siente nervioso y se retira o rechaza el contacto con el niño. Intenta conseguir cercanía y se van inhibiendo las conductas de apego por lo que finalmente les lleva a no sentir.
Estos padres se vuelven insensibles, distantes y pueden llegar a negar las necesidades del niño y sus propias emociones. En el niño genera evitación para poder sentirse menos estresado. Aprenden a no expresar sus emociones para conseguir menos rechazo por parte del adulto, pudiendo llegar también a negar sus propios sentimientos.
En la vida adulta, todo ello influirá en sus relaciones más cercanas, sobre todo en las relaciones íntimas como las de pareja, en las que pueden presentar problemas de inseguridad ante ellas. Si expresan sus sentimientos temen ser rechazados o incluso abandonados. Su forma de comportarse se vuelve muy racional y rechazarán este tipo de relaciones.
El trabajo del Psicólogo se centrará en la expresión emocional, su reconocimiento y validación mediante la reparación de la relación de apego, y que será más o menos difícil de lograr dependiendo de cómo fueron esas relaciones de apego en la infancia, de otras experiencias afectivas anteriores y de recursos personales del paciente.
En el ansioso-ambivalente, cuando el bebé expresa sus necesidades, los padres o cuidadores se muestran imprevisibles, no siempre atienden las necesidades del niño a la primera, provocando un aumento de la expresión de la necesidad y un exceso de atención a uno mismo, enfatizando las emociones para buscar la atención continuamente hasta conseguirlo.
El adulto va a ser poco fiable e incoherente, creando incertidumbre porque su comportamiento no se relaciona con lo que puede ocurrir. Va a aparecer una sensación de abandono que puede crear mucha ansiedad.
El resultado es un aumento de las conductas de apego con peticiones constantes de atención, pero no sabe cuándo ocurrirá por lo que será impredecible y sin control por su parte.
No se van a sentir tranquilos ni queridos cuando la figura de apego está lejos, pero tampoco cuando está cerca porque no hay sensación de control. No saben que es lo mejor. A veces su insistencia puede provocar agresividad en el cuidador y a su vez esta, también agresividad en el niño.
En ellos existen muchos problemas de organización de la conducta, poca autonomía, no saben cómo conseguir algo de la otra persona. No existe regulación emocional porque no hay relación directa, se produce hiperactividad emocional y muchas distorsiones a nivel de cognición.
En la vida adulta, se producen dificultades para mantener una relación, ya que existe mucho miedo al abandono y su empeño es atrapar al otro y mantener su permanencia. La intervención del terapeuta se centrará en el trabajo de modulación y control emocional, requerirá también un trabajo cognitivo importante, para profundizar en las distorsiones, también capacidad de reflexión.
Apego desorganizado:
Existe otro tipo de apego inseguro que denominamos desorganizado, en el que se han experimentado unas vivencias personales más graves de angustia y terror por traumas o pérdidas no resultas, maltrato, etc, y que en la vida adulta pueden estar relacionados con graves trastornos de personalidad que requieran una intervención más específica por parte del terapeuta.
Por todo ello, es importante que en la intervención con pacientes que presentan diferentes problemas psicológicos, de autoestima o de relación, profundicemos en como ha sido el estilo de apego vivido en la infancia y a lo largo de su desarrollo, ya que esto facilitará la forma de intervenir, y el trabajo a realizar en terapia.
Se ha visto además, que en muchas ocasiones, estos estilos se perpetúan en las distintas generaciones, repitiéndose los modos de interacción y comportamientos vividos en nuestra infancia, volviéndolos a reproducir cuando nos convertimos en figuras de apego, sin ser conscientes de las consecuencias que estos pueden tener en el desarrollo del niño y sus repercusiones en la edad adulta.