Hay una frase que me ronda desde hace tiempo y que, aunque suene a broma, encierra una verdad incómoda: “Los psicólogos también necesitan psicólogo”. Sí, ya sé, parece sacado de un meme, de esos que circulan en redes con letras blancas sobre fondo negro y emojis de risita. Pero vamos a hablar en serio. Detrás del chiste hay algo que no se dice lo suficiente: quienes trabajamos acompañando a otros en sus procesos emocionales también tenemos que cuidar la nuestra.
Porque seamos honestos: escuchar a diario historias de dolor, trauma, ansiedad, duelos, relaciones rotas y crisis existenciales, por más vocación que tengas, no sale gratis. El trabajo emocional que implica sostener al otro sin desbordarte, sin colarte en su historia, sin perder la claridad… eso desgasta. Y mucho.
Pero claro, nadie te prepara del todo para eso. En la carrera de Psicología te hablan de transferencia, contratransferencia, encuadre, neutralidad… Y tú tomas apuntes como si entendieras todo, hasta que un día sales de una sesión con un nudo en el estómago porque algo del relato del paciente te removió tanto que te cuesta seguir con la siguiente consulta.
Entonces te das cuenta de que cuidar la mente de otros requiere un músculo emocional que no se fortalece solo con libros. Hace falta sostén, autoobservación, humildad y, sí, una buena dosis de autocuidado (ese término que usamos tanto… y aplicamos poco).
La Trampa de ser "El que Sabe"
Hay algo paradójico en ser psicólogo: se espera de ti que estés bien. Que tengas la vida más o menos en orden. Que no te afecten las cosas como a los demás. Que sepas qué hacer en cada crisis emocional propia. Pero ¿y si no es así? ¿Y si estás atravesando un duelo, una ruptura, un burnout, o simplemente estás cansado del alma?
Ahí entra en juego esa vocecita interna que te dice: “No puedes venirte abajo, tú eres el que ayuda a los demás”. Y, sí esa exigencia es tan peligrosa como invisible. Porque te empuja a seguir funcionando aunque estés en automático, a no parar cuando lo necesitas, a poner cara de serenidad cuando por dentro estás hecho un ovillo.
Y no es por falta de conocimientos. Sabemos perfectamente identificar síntomas de ansiedad, agotamiento o disociación emocional… entre otros. Pero aplicarlo a uno mismo, ahí es donde se complica. Porque la mente del psicólogo también se defiende, también se evade, también se cree sus propios cuentos.
El mito del terapeuta imperturbable
Vamos a romper otro mito: los psicólogos no somos imperturbables. No somos máquinas de escuchar. No somos inmunes al sufrimiento ajeno. Y tampoco estamos todo el tiempo “súper trabajados”. Que sí, que hacemos terapia (o deberíamos), que meditamos, que leemos, que supervisamos, que nos analizamos. Pero eso no nos hace invulnerables.
Hay sesiones que te dejan tocado. Historias que se te meten en la piel. Pacientes que te confrontan con tus propias heridas. Días en los que sientes que no pudiste hacer mucho más que estar ahí, y te preguntas si eso alcanza.
¿Y sabes qué? Estar ahí muchas veces es lo más valioso que puedes ofrecer. Pero para poder estar, primero tienes que estar tú.
Cuidarse sin culpa
Hablar de autocuidado en psicología no es hablar solo de spa, yoga o comer ensaladitas (aunque si te funciona, adelante). Es algo mucho más profundo y menos instagrameable: poner límites, aprender a decir que no, gestionar la agenda para no explotar, tomarte vacaciones sin culpa, apagar el teléfono, pedir ayuda, llorar si hace falta, ir a terapia aunque no tengas “una crisis”.
Es entender que tu salud mental es tan importante como la de cualquier paciente. Y que no puedes sostener a nadie si tú estás en el suelo. Que si tú te quemas, no solo te haces daño a ti, sino que también corres el riesgo de dañar a quien viene a ti buscando ayuda.
Y sí, sé que hay presiones: económicas, sociales, internas. Que a veces cuesta decir “hoy no puedo”. Pero justamente ahí está el trabajo real. En reconocer tus límites sin sentirte menos profesional por eso.
Hablemos de lo importante: Terapia para Terapeutas
Esto es clave. No es opcional. Es parte del oficio. Necesitamos espacios donde podamos dejar de ser “el que escucha” y convertirnos, por un rato, en “el que es escuchado”. Donde podamos poner sobre la mesa nuestras dudas, angustias, miedos y contradicciones. Donde no tengamos que sostener el rol ni fingir claridad.
Porque incluso sabiendo lo importante que es, todavía hay quienes lo evitan. Por miedo a la vulnerabilidad, por vergüenza, por autoexigencia… o porque están tan metidos en el hacer que se olvidan del ser.
Y no, no es necesario estar “fatal” para ir a terapia. A veces basta con sentirte desorientado, estancado, o simplemente con ganas de conocerte mejor. Como le decimos a los pacientes: la terapia no es solo para cuando todo se cae, sino también para prevenir, para revisar, para cuidar.
El cuerpo también habla
Otro aspecto del cuidado mental que a menudo ignoramos: el cuerpo. El nuestro. Ese que se tensa cuando escuchamos demasiado dolor, que se agota tras horas de estar presente emocionalmente, que nos manda señales que preferimos no escuchar.
Dolores de cabeza, insomnio, contracturas, problemas digestivos, apatía, cansancio crónico… Muchas veces son formas que tiene el cuerpo de decirnos “necesito que pares”. Pero como estamos tan acostumbrados a priorizar lo mental, lo emocional, lo simbólico… el cuerpo queda en un segundo plano.
Y sin cuerpo no hay presencia. Sin descanso no hay escucha. Sin salud no hay acompañamiento posible.
Redes que sostienen
Por último, algo fundamental: la red. Porque por más que te guste trabajar solo, necesitas otros con quienes compartir el camino. Colegas con los que desahogarte, supervisores con los que revisar tu práctica, amistades que no te vean como “el psicólogo” sino como la persona que eres.
Tener una red de apoyo no es un lujo, es una necesidad. Y no solo para intercambiar recursos o recomendaciones de libros. También para poder decir “estoy saturado” y que alguien te entienda sin juzgarte.
Y para cerrar
Ser psicólogo es una profesión hermosa, profunda, desafiante. Pero también es exigente, emocionalmente intensa, y muchas veces solitaria. Cuidarnos no es un extra: es parte del trabajo. Es un acto de responsabilidad profesional y de humanidad.
Así que si estás leyendo esto y te dedicas a la salud mental, te dejo este recordatorio: no tienes que poder con todo. No tienes que ser perfecto. No tienes que salvar a nadie. Solo tienes que estar presente, pero para eso, primero tienes que cuidarte.
Porque no somos solo psicólogos. También somos personas. Y las personas también se cansan, también necesitan consuelo, también merecen cuidado.
Así que escucha bien:
“Psicólogo, cuídate la cabeza. Que te la mereces bien cuidada”.
Si eres psicólogo o profesional de la salud y conectas con todo esto y necesitas parar y cuidarte, te animo a que te pongas en contacto con el equipo de Psicopartner, escribiéndonos a hola@psicopartner.com o llamándonos al 91 466 98 62 o al móvil 669 489 678, donde estaremos encantados de valorar tu caso, atenderte y ayudarte.