La violencia no sirve de nada; ¿por qué no tengo que gritar ni castigar a mi hijo?
En nuestra sociedad actual, la situación de los sistemas familiares ha cambiado sustancialmente, siendo cada vez más frecuente encontrar estructuras monoparentales o situaciones de familias múltiples por el ajuste tras la separación de los padres, también podemos encontrar familias con custodias compartidas o aquellas en las que el rol de cuidado principal lo ejerce una persona ajena a la familia (una cuidadora).
La incorporación de la mujer al mercado laboral, el 53% de la población activa nacional son varones y el 47% son mujeres (INE,2015), y una cada vez mayor paridad entre los roles de padre y madre, son en parte las razones que explican que las familias tradicionales en las que la madre representa el rol de protección y cuidado principal sean la minoría.
En este caldo de cultivo, tener un hijo a veces se convierte en una aventura que padres y madres viven como complicada o dificultosa, que claramente interfiere con su ritmo de vida actual o con el desarrollo de su carrera profesional.
La idealización de la maternidad y paternidad
Las madres embarazadas a veces nos refieren que pueden ver al niño que llevan dentro, visualizan su carita, sus manitas, sus piernas, esta idealización del bebé es consecuencia de la idealización de la maternidad, un mandato social, algo que está en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad y cultura, “ser madre es maravilloso”, “mi hijo será perfecto y podrá disfrutar de todo lo que yo no pude”, son algunos ejemplos de lo que se dicen las madres y padres y que están detrás de la idealización de la maternidad.
Otro concepto que nos afecta en este sentido es el de la necesidad de tener un hijo, cuando el deseo se convierte en necesidad, el ser humano empieza a sentirse frustrado si no puede conseguirlo, en el caso de la maternidad o la paternidad, observamos en muchas parejas un orden determinado, trabajo, coche, casa, carrera profesional y después “tener un bebé”. Esta interpretación de la maternidad/paternidad como un mandato social, obliga a algo para lo que muchas veces no se está preparado, pero “hay que hacerlo”, así decimos que el hijo se convierte en un bien de consumo más, como el vehículo o la vivienda, y salvando las distancias se convierte en una necesidad de autorrealización del adulto.
Lamentablemente el bebé que llega no siempre acierta a satisfacer las necesidades de sus padres, siendo múltiples los factores que pueden incidir en que el recién nacido sea rechazado, o desatendido en los momentos posteriores al nacimiento.
Consecuencias de los castigos y los gritos
Hoy sabemos que las experiencias emocionales tempranas, pueden marcar el desarrollo posterior de los niños, siguiendo a Barkley, en su teoría de los 4 factores, el nexo explicativo de las dificultades adaptativas y de la conducta desafiante y negativista de los niños en la primera infancia se debería a la interrelación de 4 factores;
- Los estilos educativos
- Las características de los padres
- Las características de los hijos
- Factores contextuales
De la interacción de ellos, surge con especial relevancia la importancia de los estilos educativos y las características de los padres como elementos que pueden ejercer como factores de protección ante las circunstancias ambientales y las dificultades de los hijos.
Siguiendo a este autor podemos concluir que en los estilos coercitivos, sobreprotectores y ambivalentes (aquellos en los que intentamos ser protectores hasta que perdemos la paciencia) se pueden influir y potenciar de forma indirecta determinadas características de los niños que pueden desembocar en dificultades adaptativas desde edades muy tempranas.
Prestaremos especial atención ahora a los factores educativos y especialmente al estilo que conocemos como autoritario o coercitivo. Es este estilo por el que pretendemos que los niños se “porten bien” desde la amenaza de castigo, la ira y el enfado. Cuando hablamos a un niño en esos términos, activaremos de forma inmediata su miedo.
El niño que es educado desde el miedo puede actuar tratando de escapar de la situación, por ejemplo, llorando y pidiendo la protección de otra persona, pero también puede activarse en él la ira, su propio enfado. Si esto ocurre veremos que puede pegar al propio adulto o a si mismo, no es que el niño sea “malo” tan solo está intentando defenderse.
También es muy frecuente que el niño confunda ese enfado de sus progenitores con un juego, mostrando de forma reiterada una conducta desafiante, los padres nos dicen en la consulta “es que me reta constantemente”. En este tipo de respuesta del niño los adultos tendemos a ver con mucha frecuencia el deseo del pequeñín de llamar la atención. Como si los niños pudieran elegir, ¿qué otra cosa debe hacer un niño sino reclamar la mirada incondicional de sus padres?
Por último, si el pequeño llega a estar verdaderamente asustado podría bloquearse, quedando en un estado de inacción que es verdaderamente peligroso para el niño en tanto en cuanto puede activar una potente sensación de desesperanza en él.
Gritar no sirve de nada
Debemos entender que los niños menores de 6 e incluso 7 años, no tienen la madurez necesaria para el autocontrol de sus propias respuestas emocionales, este control o autorregulación no será posible hasta que se produzca la maduración en el lóbulo frontal de su cerebro. “Exigimos” a los niños que se porten bien mucho antes de esa edad, les pedimos que sean obedientes, que no griten, que no lloren (salvo que se hagan daño), que duerman bien, que se lo coman todo, que no se peleen con los amigos, que aprendan a compartir, que no sean impulsivos. Creo que podría seguir enumerando muchas cosas que esperamos que nuestros hijos hagan o no hagan, y creo también que deberíamos preguntarnos si nosotros, los adultos que cuidamos a los niños, tenemos bien asentadas esas capacidades, en definitiva, si nosotros también somos “buenos”.
Si estamos argumentando que los niños menores de esos 7 años no pueden ser capaces de la autorregulación emocional, ¿cómo consiguen mantenerse estables?, ¿cómo pueden ser obedientes y compartir, esperar el turno, o ir a la cama cuando mamá y/o papá lo dicen? Los niños a estas tempranas edades utilizan un recurso que conocemos como hetero-regulación emocional, es decir responderán a la propuesta emocional que le hacemos los adultos, y se podrán “portar bien” si ven al adulto confiado, sereno y seguro.
¿Me pueden explicar cómo va un niño a dejar de gritar si se lo pedimos gritándole?
La respuesta a la pregunta que da título a este artículo la tenemos aquí; gritar no sirve de nada porque asustamos al niño y le enseñamos a usar la conducta violenta como una manera de solventar las dificultades y la incapacidad propia y ajena.
En la experiencia práctica nos encontramos en un buen número de ocasiones con padres y madres que dicen no saber cómo abordar la problemática que les surge ante la llegada de un bebé, que no conocen cuales son las necesidades del niño en función de su desarrollo madurativo y que por tanto demandan de forma casi desesperada dicha información. Información sin la cual, con la mejor voluntad del mundo llevan a cabo prácticas educativas y de crianza que dificultan e impiden el desarrollo natural y normalizado de los bebés.
Como ejemplo; podemos constatar retrasos en la madurez explicables por sobreprotección extrema o por negligencia de las figuras de apego, en las áreas de autonomía personal, lenguaje e incluso motricidad gruesa, retrasos madurativos que pueden llegar a hacer sospechar a la familia que su hijo padece algún síndrome neurológico o inlcuso TEA (Trastorno de espectro Autista).
La importancia de generar un apego seguro
Desde que la teoría del apego ha demostrado la importancia del establecimiento de un vínculo de calidad y la necesidad biológica que el ser humano tiene de vincularse (Bowlby 1969/1982), parece claro que el papel de los progenitores como figuras de protección y seguridad se vuelve vital para garantizar el desarrollo armónico y cronológico de los bebés recién nacidos.
La gran aportación que hace, desde nuestro punto de vista, la propuesta de los teóricos del apego a la primera infancia tiene que ver con el reconocimiento de que la primera fase de la vida de un bebé es de importancia absoluta y condiciona todo su desarrollo, siguiendo las investigaciones de Ainsworth en 1963, y a raíz de las mismas se han documentado múltiples evidencias de los efectos que a largo plazo tiene el estilo de apego en el desarrollo del ser humano., en concreto de cómo el llamado apego seguro tiene efectos claramente protectores. Los niños que viven en un entorno seguro y protegido tienden a tener mejor autoestima, competencia social y en definitiva inteligencia emocional que los niños que vivieron sus primeras experiencias en un entorno de apego inseguro o desorganizado
Concluiremos este artículo con una frase que hemos usado en la consulta privada muchas veces, “se consigue mucho mas de un niño con un abrazo y una mirada incondicional que con un grito y un castigo”.
En Psicopartner somos expertos en primera infancia y ofrecemos los servicios de nuestros profesionales para el apoyo a las familias en el proceso de restaurar los vínculos necesarios para que los pequeños se desarrollen en un entorno saludable y enriquecedor.
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