Una de las principales situaciones de consulta para los psicólogos infanto-juveniles es la de encontrar un o una adolescente de mirada huidiza, que muchas veces no quiere estar en el despacho de una persona que se parece muchísimo a lo que identifica como la fuente principal de sus problemas, a saber, sus padres.
Hablar de adolescencia significa pensar en una parte del proceso vital del ser humano en la que por primera vez busca, anhela y necesita encontrarse a si mismo. De esta forma se expresa un eje de conflicto que nos perseguirá toda nuestra vida y en el que oscilaremos acercándonos a cada uno de los dos polos de dicho eje, esto es vínculo y autorrealización. Los referentes y modelos cambian para los chavales, que un día se acuestan siendo niños y al día siguiente parece que se despiertan siendo mini adultos que reclaman su espacio, su lugar, su independencia en todos los órdenes, ante una familia, que en el mejor de los casos reaccionará adaptándose a estas necesidades, en el peor de los casos se generará un conflicto.
En la consulta solemos atender a estos últimos, padres y madres que nos piden que “arreglemos” a su hijo, que parece estar “roto”, nos cuentan con angustia que todo ha cambiado, que se pasan todo el día discutiendo, enfadados, encerrados en su habitación, “enganchados” al móvil, acostándose tarde y levantándose aún más tarde, que no se quieren asear, que se revelan y se niegan a asistir a los actos familiares, y así podríamos seguir con un largo etcétera de aspectos que hacen que la convivencia familiar se vea alterada de forma notable.

Cambios, cambios, cambios
Acotemos el asunto, cuando pensamos en un adolescente, lo hacemos centrando nuestra imagen en un chaval o chavala de unos 14 a 16 años, desgarbados, con acné, en grupos ruidosos por la calle, “sacos de hormonas” decimos. Pues bien acotaremos mejor el término. Los cambios físicos visibles y fisiológicos, especialmente los “hormonales” que tanto nos gusta utilizar a los adultos como argumento justificador comienzan mucho antes hacia los 11-12 años.
¿Sorprendidos?, pues no podremos decir que estos cambios han finalizado hasta los 18 o 20 años. Es por tanto un periodo muy largo de la vida de una persona en el que tiene que aceptar muchas cosas.
- Cambios físicos, un cuerpo que se desarrolla y que pierde poco a poco sus atributos infantiles y comienza a adquirir los desarrollos adultos. Así niños y niñas deben hacer un tremendo esfuerzo para “encontrar” su identidad y su imagen personal.
- Cambios en los modelos y referencias, que pasan de los infantiles y familiares y los jóvenes y externos, lo que provoca no pocos conflictos con sus padres. Son momentos en los que se pone a prueba el estilo educativo de los progenitores.
- Cambios en las responsabilidades y obligaciones. Y no nos referimos tan solo a los que se les “sobrevienen” desde la familia. En España la edad penal de una persona comienza a los 14 años y la edad para el consentimiento en los actos médicos a los 16 años. A los 16 años terminan las enseñanzas obligatorias, pero ya un año antes, los chavales deben empezar a elegir sus estudios optativos. Con 17 años harán elecciones que condicionarán su futuro profesional prácticamente sin remedio.
Todo un reto para su autoestima ¿verdad? No me imagino la crisis vital que supondría para un adulto; que de repente tuviese que afrontar a la vez, una operación quirúrgica, un cambio laboral y una crisis de pareja. Pues si nos permitimos el símil, esto es lo que tienen que conseguir superar, salvando las distancias, nuestros hijos e hijas cuando pasan de la niñez a la edad adulta.
La próxima vez que nos sentemos ante nuestro pequeño, ya no tan pequeño, deberíamos tener en mente todo esto, entender, comprender, empatizar y mentalizar con su incomodidad, con su crisis de identidad y de valores, con su necesidad de encajar y encajarse con todos los cambios que le suceden y que tantas veces atribuimos a su carácter, a falta de responsabilidad a su inconsciencia. Si lo conseguimos, estaremos preparados para establecer o restablecer, mejor dicho los canales de comunicación con los chicos.
Son muchas veces las que las familias toman medidas que lejos de ayudar a los jóvenes, empeoran aún más la situación especialmente si se trata de imposiciones, privaciones, castigos o el uso de la violencia verbal o física para tratar de corregir al menor. En otras ocasiones se tiende al diálogo, con intentos más o menos infructuosos de convencer o persuadir a los adolescentes para que cambien sus hábitos, sin tener en cuenta que sus modelos ya están fuera del ámbito de la familia y de que por tanto sus referencias han cambiado.
Vamos a desgranar ahora tres consejos que aunque pueden suponer una gran esfuerzo para implementarlos en el entorno de la familia, consideramos que son necesarios para la mejora de la comunicación y de la convivencia con los chavales.
- Establecer normas y límites que permitan desarrollarse a la persona y madurar por sí misma. No se trata de imponer límites al niño sin más, se trata de responsabilizarnos como padres y madres de la labor educativa, labor que en muchas ocasiones dejamos en manos de terceros (cuidadoras, educadores, maestras). Aunque esto es especialmente importante en la primera infancia, no debemos descuidarlo, ser capaces de negociar y consensuar los límites con nuestros hijos será la herramienta más útil para establecer un entorno de respeto y diálogo. El estilo educativo que establezcamos con nuestros hijos en estas etapa se mantendrá en el tiempo y les dará un modelo a seguir para cultivar sus vínculos afectivos.
- Establecer un clima de comunicación y diálogo Debemos ser capaces de conseguir que nuestros hijos se sientan libres de expresarse, sabiendo que vamos a escucharlos, a respetar su opinión y a tenerla en cuenta si llega el caso. Huir de la presión por alcanzar resultados, de las amenazas y los castigos que pueden alejar a nuestros hijos e hijas de nosotros o no permitirnos detectar un problema cuando surja.
- Expresión de sentimientos positivos y negativos. Está en relación con lo anterior, forma parte del establecimiento de un clima de comunicación, pero para que ellos se expresen adecuadamente debemos reflexionar sobre si nosotros lo hacemos también y empezar a darles ejemplo con una expresión emocional equilibrada y ajustada a lo que la situación social que vivimos nos demanda.

El trabajo del terapeuta con adolescentes
Vínculo, vínculo, vínculo, y no me cansaré de repetirlo, el trabajo con niños y especialmente con adolescentes debe estar basado en la creación y mantenimiento de un vínculo que permita a los chicos valorar el espacio de la terapia como un lugar seguro. Las dificultades del menor aparecen frecuentemente designadas por el adulto que le acompaña. “No se que le pasa, yo creo que…” esta frase se repite frecuentemente en la consulta de psicología con adolescentes. Es una parte esencial del trabajo de los profesionales, saber ver que hay detrás de esa demanda de consulta, dar voz al niño que tenemos delante, que se niega a comunicarse con sus familiares, que está en rebeldía o que, cada vez más frecuentemente, pide ayuda.
Y no necesariamente piden ayuda porque alguien les esté haciendo daño. Piden ayuda porque son muy conscientes de que les pasa algo, de que no están bien como están, sobre todo de que no se “ven” bien, no pueden ponerle nombre a lo que les pasa y quienes hasta ahora podían resolver todas sus dificultades, ya no pueden, o ellos y ellas sienten que ya no pueden ayudarles.
Los psicólogos debemos abordar estas dificultades rompiendo los moldes y los estereotipos con que la sociedad nos hace ver a los chicos y chicas, sin juzgar su conducta o sus emociones, sin menospreciar sus vivencias y experiencias. Debemos tratar a nuestros queridos adolescentes como lo que ellos sienten que son ya, adultos que pueden, en la medida de sus posibilidades, tomar decisiones y hacerse cargo de ellas.
El modelo de psicoterapia breve se ajusta a la perfección a estas necesidades, y en Psicopartner somos especialistas en el trabajo con adolescentes y sus familias desde este modelo. Con el máximo respeto por los chicos y chicas y sus dificultades adaptativas, trabajamos introduciendo conceptos de educación emocional, desarrollo vincular y gestión relacional tratando de conseguir que se sientan más cómodos y seguros de sí mismos, que vean el futuro con optimismo y que aprendan tanto ellos como sus familias a establecer canales de comunicación que sirvan a la mejora de la convivencia.
Si tienes cualquier consulta ponemos a tu disposición nuestro servicio de psicólogos online para que puedas contactar con nosotros desde cualquier lugar