LA DIFICULTAD DE VOLVER DE VACACIONES… CÓMO SUPERAR LA DEPRESIÓN POSVACIONAL SIN MORIR EN EL INTENTO

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El primer día después de las vacaciones suele empezar con un golpe de realidad. El despertador suena demasiado pronto, la ropa de trabajo se siente extraña, y mientras enciendes el ordenador tu bandeja de entrada parece infinita. En tu cabeza todavía resuena la risa de tus amigos en aquella terraza, la calma del mar o el silencio de la montaña.

La vuelta se hace cuesta arriba. Estás cansado, aunque hayas dormido, cualquier tarea mínima se convierte en un reto, te distraes con facilidad y tu humor cambia sin motivo. Incluso el sueño se altera: cuesta conciliarlo o te despiertas antes de tiempo con una sensación rara. No es pereza ni falta de ganas de trabajar, es lo que conocemos como síndrome o depresión posvacacional.

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¿Qué es realmente la depresión posvacacional?

Aunque se hable de ella con cierta ligereza, la depresión posvacacional no es un invento moderno. Es un estado de adaptación psicológica y física que aparece al regresar de un período prolongado de descanso.
No se considera un trastorno mental, pero sí un síndrome adaptativo: un conjunto de síntomas que duran unos días o, como mucho, un par de semanas.

Los síntomas más habituales son fáciles de reconocer:

  • Tristeza y apatía.
  • Irritabilidad y mal humor.
  • Cansancio físico y sensación de falta de energía.
  • Dificultad para dormir o despertares frecuentes.
  • Problemas de concentración.
  • Recuerdos constantes de lo vivido en vacaciones.

Aunque suelen desaparecer en una o dos semanas, el impacto en la calidad de vida durante esos días puede ser considerable. La productividad baja, las relaciones se resienten y la sensación de insatisfacción personal aumenta.

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¿Por qué ocurre este bajón?

Las vacaciones no son solo tiempo libre, cumplen una función psicológica esencial. Funcionan como un reseteo del sistema nervioso. Durante ese tiempo:

  • Se reducen los niveles de cortisol, la hormona del estrés.
  • El sueño se vuelve más profundo y reparador.
  • El cuerpo se mueve más y pasa más horas al aire libre.
  • Las relaciones sociales se intensifican y se disfrutan sin prisa.
  • La mente desconecta de responsabilidades constantes.

El regreso supone una ruptura brusca con ese equilibrio. Lo que era flexible vuelve a ser rígido, lo que era disfrute se convierte en obligación, y el cerebro necesita un esfuerzo extra para adaptarse.

Este esfuerzo se traduce en un choque en tres planos:

  1. Fisiológico: el organismo incrementa la producción de cortisol, lo que provoca cansancio, tensión muscular, dolores de cabeza o alteraciones del sueño.
  2. Emocional: la pérdida de libertad genera frustración, irritabilidad y tristeza. Se vive como un duelo.
  3. Cognitivo: la mente se aferra a los recuerdos de las vacaciones y los contrapone a la rutina, reforzando la sensación de desmotivación.

No debemos olvidar un dato clave: más de un tercio de nuestra vida la pasamos trabajando, y hasta un 70 % de las personas declaran no sentirse satisfechas en su empleo. Este contexto hace que la vuelta no solo implique adaptarse a un cambio de ritmo, sino también enfrentarse a un entorno que, en muchos casos, resulta poco gratificante.

Factores que influyen en la intensidad del síndrome

No todas las personas lo viven igual. Existen factores que pueden aumentar o reducir su impacto:

  • La actitud hacia el trabajo: quienes ya sienten descontento laboral suelen experimentar un regreso más duro.
  • La duración y calidad de las vacaciones: cuanto mayor ha sido la desconexión y más gratificante la experiencia, más costosa puede resultar la vuelta.
  • La personalidad: las personas más flexibles, con facilidad para adaptarse a cambios, tienden a pasarlo mejor que quienes necesitan rutinas estables.
  • El contexto vital: no es lo mismo volver de unas vacaciones a un trabajo que motiva, que regresar a una rutina marcada por estrés familiar o falta de apoyo social.
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¿Cómo afrontarlo sin morir en el intento?

Superar el síndrome posvacacional no consiste en ignorar los síntomas, sino en facilitar la adaptación progresiva.

1. Suaviza la transición
Volver el mismo día que te reincorporas multiplica el impacto. Es preferible regresar uno o dos días antes, para deshacer maletas, descansar y recuperar horarios poco a poco. Esa anticipación actúa como colchón emocional.

2. No intentes rendir al 100 % de inmediato
Los primeros días no deben ser una carrera de fondo. Es recomendable priorizar tareas sencillas, posponer lo más complejo y permitirse pausas breves. Forzar el rendimiento solo aumenta la frustración.

3. Recupera rutinas saludables

  • Dormir entre siete y ocho horas en horarios regulares.
  • Mantener una dieta equilibrada, con alimentos frescos y evitando excesos de cafeína o alcohol.
  • Introducir ejercicio físico moderado: caminar, nadar, correr o hacer yoga. La actividad libera endorfinas y ayuda a regular el ánimo.

4. Añade espacios de gratificación
El regreso no tiene por qué ser sinónimo de monotonía. Quedar con amigos, apuntarse a un curso, planificar actividades culturales o reservar un rato diario para algo placentero ayuda a equilibrar la balanza.

5. Cuida tu diálogo interno
La forma en que interpretamos la vuelta marca la experiencia. Pensamientos como “se acabó lo bueno” refuerzan la tristeza. Es más útil plantearse “qué parte de lo que disfruté puedo incorporar a mi vida diaria”. Este cambio de perspectiva reduce la sensación de pérdida.

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Impacto en la salud y en la vida diaria

Aunque se trata de un síndrome pasajero, su impacto no debe subestimarse. Durante esos días, la productividad laboral puede caer hasta un 30 %, las relaciones familiares se vuelven más tensas y la motivación general desciende.

En algunos casos, el malestar desencadena síntomas físicos más allá del cansancio: dolores musculares, problemas digestivos, cefaleas o bajadas de defensas. El estrés mantenido en el tiempo debilita el sistema inmunitario y favorece la aparición de otras complicaciones.

Por eso, tomar medidas preventivas y aplicar estrategias de autocuidado no es un lujo, sino una inversión en bienestar.

¿Cuándo preocuparse?

Lo habitual es que el bajón posvacacional remita entre una y dos semanas. Si pasado ese tiempo los síntomas no solo persisten, sino que van a más o empiezan a interferir de forma clara en tu vida cotidiana, conviene dar un paso y pedir ayuda profesional. Algunas señales de alerta son:

  • Si la tristeza se prolonga más allá de ese tiempo.
  • Si la apatía y la desmotivación interfieren en tu vida diaria.
  • Si aparecen síntomas de ansiedad persistente (taquicardias, sensación de ahogo, pensamientos de preocupación continua).
  • Si el insomnio se mantiene y afecta al rendimiento y a la salud física.
  • Si se pierde el interés general por actividades que antes resultaban gratificantes.

Si te reconoces en varios de estos puntos, es probable que ya no hablemos de un simple síndrome posvacacional, sino de un cuadro que merece ser valorado y abordado con acompañamiento por un especialista.

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Luis Guillen Plaza

Psicólogo Colegiado M-40260 (Salud y Trabajo)
Psicólogo especialista en Sexología, Orientación Sexual y Terapia de Pareja

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