El síndrome del intestino irritable representa el prototipo más característico de los trastornos funcionales del sistema digestivo. Este cuadro clínico se caracteriza por un conjunto de síntomas gastrointestinales de curso crónico.
Afecta a millones de personas en todo el mundo y teniendo en cuenta su presencia según los grupos de edad se distribuye de una forma más o menos homogénea entre los 20 y los 40 años, siendo raro en la adolescencia o después de los 60 años. Además en las mujeres es donde tiene una mayor incidencia. Se estima una prevalencia en la población entre el 8 y el 22%, y en los últimos 20 años se está observando un aumento de su presencia en las consultas.
¿En qué consiste?
Los síntomas más manifiestos del síndrome de intestino irritable suelen ser físicos: dolor y distensión abdominal, con ciclos de diarrea o de estreñimiento o de alternancia entre ellos, y con una sensación continua de malestar digestivo que afecta, con diferente grado de intensidad, a la calidad de vida de quien lo padece, impidiendo llevar una vida normal. Pero adicionalmente este síndrome cuenta con una afección psicológica muy importante, ya que las emociones o el estrés pueden estar detrás de su desarrollo y gravedad.
No ha podido detectarse una sola causa para el desarrollo de este cuadro clínico. El síndrome se entiende como un trastorno en la motilidad influido por factores psicológicos, una asociación tanto con factores biológicos como con factores ambientales. Puede afirmarse que los eventos estresantes agravan los síntomas y/o que el paciente manifiesta conductas de enfermedad. Las situaciones de tensión, preocupación o sobrecarga emocional aparecen comúnmente como desencadenantes de los síntomas digestivos en muchas de las personas aquejadas con este síndrome, y resulta crucial la forma en que perciben o reaccionan ante ellos.
Y en cuanto a los efectos, este problema se relaciona de manera muy relevante con la calidad de vida de quienes lo padecen, pues deben restringir actividades diarias, como las laborales, las de ocio o de socialización, lo que afecta a la percepción de la sensación de seguridad o independencia, o la propia autoestima por ejemplo, generando además síntomas de ansiedad o depresión.
¿Cuál es la relación entre el síndrome del intestino irritable y la salud mental?
Por tanto, el estrés, la ansiedad, la depresión y trastornos emocionales, la somatización -tendencia a las quejas somáticas frecuentes-, pueden alterar la función intestinal, desencadenando o exacerbando los síntomas. La conexión entre el intestino y el cerebro, lo que sucede en el intestino puede afectar el cerebro y lo que sucede en el cerebro puede influir en el intestino, es clave para comprender cómo las emociones y el estado psicológico pueden influir en este cuadro clínico.
Algunas de las características de personalidad que podrían destacarse serían la inseguridad, el aislamiento e inhibición por la falta de confianza en las propias capacidades o la tendencia al control e inhibición de los impulsos.
Adicionalmente, las personas que padecen el síndrome buscan constantemente conductas de seguridad, tratando de evitar así los síntomas recurrentes, por ejemplo, acciones para planificar, en lugares o momentos determinados, sus evacuaciones, o, evitar salir de casa para no correr el riesgo de tener que acudir al aseo en espacios públicos, acompañadas estas conductas de pensamientos del tipo “puedo perder el control de los intestinos”, que incrementan su malestar y aumentan su miedo a la incontinencia. La persona termina por convencerse de que las medidas que sigue son efectivas para su objetivo, “gracias a que he hecho “tal cosa” no he sufrido los síntomas”, y así se refuerza esa manera de afrontamiento, que aunque inicialmente evita su malestar, retroalimenta la dificultad, al percibir como peligroso todo aquéllo que está dejando de llevar a cabo.

¿En qué consistiría el tratamiento?
El proceso psicológico a realizar contaría con diversas líneas de actuación, entre otras:

- se revisará el esquema que tiene la persona sobre su problema, pues en muchas ocasiones sólo tienen en cuenta los síntomas físicos sin considerar los factores psicológicos y su situación psicosocial
- se Identificarán los rasgos de personalidad y los patrones de conducta
- se evaluará y atenderá a la forma de expresión de sus conflictos, así como los problemas psicopatológicos asociados (depresión, ansiedad etc).
- modificar, si procedes, los estilos de vida, suponen un área importante área donde intervenir. Pues pueden estar llevándose a cabo hábitos que afecten negativamente al curso del síndrome, y se buscará la creación de nuevos hábitos de vida, una diera más adecuada por ejemplo
- se incorporarán técnicas de manejo del estrés, de relajación o solución de problemas, han demostrado ser útiiles en la tratamiento. La relajación reduce la activación del sistema nervioso simpático, lo que ayuda a disminuir los síntomas físicos del síndrome, y por tanto también los psicológicos
- en caso de existir un trauma en la base del trastorno, puede abordarse a través de EMDR, para reducir el impacto emocional negativo, así como las emociones asociadas a la enfermedad, para reprocesar la experiencia y poder continuar adelante, aliviando los síntomas del síndrome.
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